lunes, 20 de junio de 2011

Con dos pulmones... y con dos cojones

En estos días en los que todos llevamos el pañuelo presto y dispuesto para sonarnos la nariz y esperar que quien nos encontremos nos comprenda y nos brinde su hombro, por lo mal que está todo, por la mala suerte que hemos tenido, por la falta de noticias buenas, por la puñetera crisis y todo lo que la rodea… En estos días, como digo (y que siento aventurar serán prolongados en tiempo y forma) no es de extrañar encontrarnos con que las ventas de libros de autoayuda y superación personal se disparan, mientras que en más de una ocasión el más seguro de sí mismo se sorprenderá enganchado a la televisión por una peli que le aporte una dosis de energía, optimismo y buena vibración (aunque sea pagando el lamentable precio de interrupciones publicitarias absolutamente indignantes por su duración).

Porque es normal que necesitemos cargar nuestras pilas anímicas, levantar la cabeza, mirar hacia delante y dejar de quejarnos por todo y por todos. Porque estamos aquí justamente gracias y en parte,  a que quienes nos precedieron no se limitaron a eso y tuvieron que levantarse también en más de una ocasión, y posiblemente más adversa que la nuestra. Pero lo que resulta digno de privilegio es que te permitan ser testigo en persona de una experiencia con más fuerza emocional, más carga vital y más energía positiva que la mejor de estas películas o veinte libros de autoayuda, uno sobre otro.

Cuando ves a un hombre maduro (más cerca de los cuarenta que de los cincuenta años), que hasta hace poco rebosaba fuerza y vitalidad en su bar, como lo recuerdo desde hace bastante tiempo, pero al que la vida lo ha colocado en una encrucijada terriblemente dura, de donde sólo puede salir con un golpe de cara o cruz, además de otros mil factores como puedan ser un donante que llegue a tiempo, un equipo médico impecable, una maquinaria y medios técnicos sin precedentes, y un toque de la Divina Providencia… Entonces y sólo entonces, es cuando te das cuenta de que no hay que ir muy lejos para encontrar motivación.

Pero lo grande, lo realmente grande y extraordinario, es cuando estás en una plaza cargada de tantas personas, cada una con su historia, cada una con su camino (a veces corto y a veces tan prolongado que ya perdió el rumbo), y notas que tus ojos se humedecen, pero te alegras; y notas un nudo en la garganta mientras oyes la orquesta, que se mezcla con los continuos aplausos, y te sigues alegrando; y percibes esa corriente humana de sensibilidad, emoción, amor y fuerza; y sientes un agradable escalofrío que te eriza todos los vellos de tu cuerpo… y te vuelves a alegrar por estar viviendo ese instante.

Es sólo después de este pelotazo emocional cuando te das cuenta de lo ridícula, impresentable e indefendible que resulta la actitud tan derrotista y cada vez más cotidiana, respecto a otros problemas que ya puedan ser económicos, laborales, sociales o de otra índole similar, pero que resultarán igualmente insignificantes frente a una persona que ha superado un trasplante de sus dos pulmones, después de pasar prácticamente dos meses en situación de vida o muerte. Por eso tengo que dedicar hoy este artículo a este señor, a Francisco, a D. Francisco Pérez Bonichi. Para felicitarlo, para desearle lo mejor y para agradecerle que me haya permitido encontrar esta dosis de fibra, de garra, de fortaleza, de ánimo… y por encima de todo, de amor.

Y me gustaría que todo el que lea estas líneas haga suyo este ejemplo y lo recuerde, para recurrir a él cuando le ataquen los momentos bajos, esos que vienen sólo para agrandar los “tremendos problemas” que cualquiera pueda tener en su empresa, en su empleo, en sus relaciones… o en sus operaciones en bolsa. Y que decida entonces afrontarlos con la misma contundencia que Francisco ha sabido agarrarse a su vida. Porque gracias a un donante, a un equipo médico y a la fortuna, tiene dos nuevos pulmones. Pero la vida, con el permiso de Dios, esa la mantiene gracias a sus cojones.

viernes, 10 de junio de 2011

"Carpe Diem" pero cúrratelo, por favor...

Esta locución de origen latino que se puso de moda con aquel profesor que pretendía despertar la llama de la sapiencia y el sentido de la vida entre sus pupilos en la épica película "El club de los poetas muertos", me da la impresión que se confunde con bastante facilidad. Y me explico. Resulta que al parecer el "gozar del momento" va relacionado con "no hacer nada", con "vivir la vida"... sencillamente. Como si la vida estuviera para recibirla tan ricamente sin mover un dedo (¡y más con la que está cayendo!). Y es que, salvo que le des una vuelta de 180º al globo terráqueo y te conformes con un plato de arroz al día y, en caso de ser afortunado, un "black tea" por la mañana, mucho me temo que antes de "gozar plenamente del momento presente" deberías currártelo con esfuerzo, trabajo y constancia. Porque, sin que venga a colación ni relación con nada, pero tengo que confesar que estoy hasta las narices de este ambiente de pasividad, de falta de iniciativa, de sedación social y personal en el que estamos sumidos día tras día.

Creo que va siendo hora de hacer nuestra aquella frase de un famoso presidente de los Estados Unidos que figura en uno de sus billetes más emblemáticos y que llegó al máximo cargo de la Casa Blanca, con poco más que una formación autodidacta. La susodicha cita era: "Yo me prepararé, que mi oportunidad llegará". Pues bien, si hay algo que a partir de ahora deberíamos hacer todos por igual es prepararnos porque las oportunidades brillan por su ausencia, pero no tardarán en aparecer y entonces habrá que aprovecharlas, siempre y cuando se esté en condiciones y cualificación para ello.

Así pues, vale ya de abrir paso a la máxima de "aquí me las traigan todas" y ahora toca remangarse, doblar el espinazo, clavar los codos, pringarse hasta la coronilla o como se le quiera llamar. En resumidas cuentas, que se terminó la vida de "sopa boba" y más vale sumar puntos de cara a un futuro cada vez más exigente y escabroso, donde ya no bastará con un toque de picardía combinado con un puntito de enchufe... porque parece ser que este modelo está absolutamente rancio y exprimido.

Y por cierto, que una vez más este consejo no es ni mucho menos exclusivo del trading (aunque sí muy aplicable y recomendable) sino que puede ser extendido a cualquier campo y materia que se precie. Se trata, simple y llanamente, de mejorar, de aumentar el valor y la calidad de nosotros mismos en todo lo que hacemos, en lugar de sentarnos en una silla y preguntarnos "¿Por qué a mí?". Así que espabila y en lugar de quejarte, dedícate a preguntarte cómo puedes mejorar en tu vida, en tu trabajo, en tu trading... o en lo que te dé la gana. Pero mejora, por el amor de Dios... que es lo único que deberías hacer antes de dejar este puñetero mundo de forma digna y con la tranquilidad de haberlo entregado "una pizca mejor de lo que te lo dieron a ti". ¿No te parece?