sábado, 10 de septiembre de 2011

Nuevo Blog: "La cosa tiene tela"

A partir de ahora, mis reflexiones, comentarios y demás pensamientos que más tienen que ver sobre la vida misma que sobre la bolsa, los publicaré en el nuevo blog: "La cosa tiene tela" (www.lacosatienetela.blogspot.com).

Os espero por allí.






jueves, 25 de agosto de 2011

Dale un pez a un hombre...


Me viene a la cabeza aquella famosa cita que reza: “Dale a un hombre un pez y comerá un día; enséñale a pescar y comerá toda la vida”. Y el motivo es una curiosa comparación que no he podido evitar observar con ciertas medidas públicas que no sólo se han llevado a cabo de forma aparentemente excepcional, sino que luego se han vuelto a aplicar sin evaluar por un momento su eficacia en el pasado. No quiero ni voy a entrar en connotaciones políticas, sino que me limito simplemente a exponer un hecho desde un punto de vista bastante simple y que insisto, puede ser tomado desde la visión más imparcial que pueda imaginarse.

Dicho de otro modo: “Dale 400 euros a un desempleado y lo mantendrás durante un mes (a duras penas); dáselos a un autónomo y puede que al cabo de unos meses tengas menos parados”. Sólo es una reflexión, pero creo que tiene un buen grado de validez, dado que con estas medidas reiteradas, a pesar de que son perfectamente lógicas y necesarias, lo que realmente se consigue es alimentar un espíritu de pasividad, de auto-lamentación y de postergación de un ambiente agónico y desdichado, en lugar de llamar al valor, la iniciativa, la creatividad y a seguir manteniendo el barco a flote contra viento, marea y tempestades.

No sé cuantas de estas ayudas se van a repartir durante los próximos seis meses, pero quizás hubiera sido más interesente dirigir este dinero hacia un público objetivo que se comprometiera a seguir peleando por encontrar un punto de optimismo (no exento de sacrificio) en este ya tortuoso y prolongado viaje cuesta abajo y sin frenos en el que seguimos inmersos. Incluso me atrevería a decir que más de uno de que los puedan recibir ahora esta “ayuda”, preferiría en lugar de seis meses que fueran tres, pero que se obtuvieran a cambio de un mínimo de actividad y compromiso laboral, en lugar de seguir fomentando una postura de lagartos al sol, que siguen rebajando el precio de su lamentable existencia, a cambio de un puñado de raquíticos y polvorientos insectos.

Me alegro sinceramente por las personas que recibirán esta ayuda, pero deben saber que de seguir así, tarde o temprano nos quedaremos sin barco, sin redes, puede que incluso sin peces… y lo que es peor aún: sin pescadores de verdad. Y entonces más de uno se preguntará por qué nadie le avisó de que pescar era mucho mejor que comer peces. Y otra vez volveremos a lamentarnos y a echarle la culpa a la marea, al tiempo, a los políticos o a toda la corte celestial, en lugar de coger de una puñetera vez el timón entre las manos, el cuchillo entre los dientes y hacernos a la mar, con cojones o sin ellos.

martes, 26 de julio de 2011

¿A dónde vas con tanto correr?


En menos de treinta y seis horas tuve “el placer” de vivir dos experiencias muy similares, de esas que dejan huella, siempre que uno se encuentre alerta y receptivo para tales mensajes. La primera fue un domingo a las doce y poco de la mañana, cuando encontrándome parado en un cruce, quien estaba detrás mía adelanta de forma brusca y se salta todos los cánones de la circulación, preferencias de paso y demás normativas habidas y por haber. La segunda fue al día siguiente, a eso de las cinco y media de la tarde, cuando yendo yo caminando por una acera, me saluda desde su coche un amigo al que no le dio tiempo a intercambiar conmigo tres frases, cuando ya le estaba advirtiendo a golpe de claxon el coche de atrás.

Lo mejor de todo es que en ambos casos la insoportable espera no creo que llegara a los diez segundos. Pero el punto de crispación, de desequilibrio, de nervios y de falta de sentido común llega a niveles insospechables. Estas personas no saben que al final… también se van a morir, como todo el que haya nacido. Pero en lugar de haber disfrutado del camino, se habrán dedicado a freírle las entrañas a todo el que se le cruce, porque las suyas imagino que ya estarán carbonizadas. Pues por mi parte, voy a seguir parándome en los cruces, caminando a un ritmo más lento, hablando con mis amigos siempre que pueda (ya vayan a pie, en coche, moto o burro-taxi) y no me da la gana de entrar a saco en este ritmo de prisas, de impersonalidad, de frenetismo compulsivo, para ganar tiempo en la carretera con imprudencias y salidas de tono, con el único objetivo de volcar sobre mí su carencia total de gusto por lo sencillo, por los momentos, por algo tan especial y sutil como ser consciente de tu vida.

Vamos a dejarnos de tantas prisas y “tanto correr” porque al final llegaremos al mismo sitio y de ésa sí que no nos salva… ni Perry Mason. Depende de nosotros haber disfrutado del trayecto o haberlo convertido en un cúmulo de sinsabores, tensiones, amarguras y mierdas variadas (sitio al que por cierto mandé con todas las letras a cada uno de los protagonistas de sendas aventuras; no sé si me oyeron, ni me importa).

Disfruten del verano, del invierno o de la estación que más les guste. Pero disfruten y corten de una puñetera vez con ese endiablado tren en el que todo tiene que ser rápido, asfixiante y “de ahora para ya”. Ya lo dijo Groucho Marx hace años pero es más cierto y válido cada día: “Paren el mundo, que yo me bajo”.  Y quizás por eso, entiendan mis alumnos y alumnas que participan en nuestras sesiones de trading en directo, por qué siempre digo aquello de: “Vamos a hacerlo bien. Vamos a divertirnos… y de paso, vamos a ver si ganamos dinero.”

domingo, 10 de julio de 2011

De los 40 para arriba.. haz lo que el cuerpo te pida

Una de las características inseparables de pasar de los 40 es ese creciente, constante e insistente deseo de hacer balance de tu vida y de cómo en qué circunstancias, has llegado hasta donde ahora te encuentras. No puedes evitar pensar que ya estás más cerca del final que del principio. Tampoco se te escapa ver que el tiempo pasa inexorable para todo y para todos, y cómo los que antes gateaban, ahora te miran desde arriba; y los  que antes te preguntaban con curiosidad, ahora te afirman con la rotundidad incuestionable que tú también tuviste tiempo atrás; y a muchos de los que les preguntabas… ya no puedes hacerlo.

Pero después de los 40 aún hay vida. Déjate de depresiones galopantes y de gilicagadas por el estilo y aprovecha la experiencia que tienes, con la energía que aún debe quedarte. Porque tanto una como otra, lo admitas o no, forma parte irrefutable de tu camino personal recorrido hasta este punto y este momento. Una vez más, como en tantas cuestiones de la vida, es tu actitud la que te puede ayudar a construir tu propio destino.

Así que me niego a ser un cuarentón en fase descendente, que está más tiempo melancólico que alegre, nostálgico que feliz y advierto que a nadie se le ocurra espetarme aquél refrán que dice “De los 40 para arriba, no te mojes la barriga”, porque entonces le espetaré yo este otro de cosecha propia: “De los 40 para arriba… haré lo que el cuerpo me pida.” ¿Y por qué este desaire? Pues porque tengo el punto de madurez necesario para no correr antes de andar, para no querer llegar a la meta antes de partir; pero también tengo la capacidad de hacer las cosas que se me quedaron en el camino, porque aún estoy a tiempo, porque son aquellas cosas que estaban por encima del dinero y son las que realmente deseaba (y aún deseo) hacer.

Por favor, vayan apartándose, quítense de en medio y no estorben, todos los que crean que el mundo no está en manos de los que pasan de los 40, porque a nosotros nos toca ahora más que nunca poner otro ritmo en esta carrera sin sentido, en esta avalancha de información imposible de asimilar, en esta vida delante de un cuadro (ya sea una televisión, un ordenador, un móvil o cualquier otro artefacto tritura-tiempo). Por eso quiero que, si eres de los que está en este barco (o a punto de embarcar), te des cuenta de que es un privilegio esta travesía y en lugar de mirar al mar con la vista perdida en las profundas aguas, mires al horizonte y te ilusiones con llevar tu barco hasta esa isla paradisíaca que siempre soñaste (suena un poco cursi, pero el mensaje debes cogerlo y aprovecharlo).

Yo por mi parte, he optado por “la bolsa” como el medio que me permita romper la baraja y hacer todo lo que no hice condicionado por el dinero, y no tener que hacer todo lo que detestaba, precisamente a cambio de dinero. Tú puedes hacer lo que quieras, pero deja de mirar a los 40 por el retrovisor y aprovecha el viento que te está dando en la cara, mientras haya frescura en el ambiente… porque nada es eterno.

lunes, 20 de junio de 2011

Con dos pulmones... y con dos cojones

En estos días en los que todos llevamos el pañuelo presto y dispuesto para sonarnos la nariz y esperar que quien nos encontremos nos comprenda y nos brinde su hombro, por lo mal que está todo, por la mala suerte que hemos tenido, por la falta de noticias buenas, por la puñetera crisis y todo lo que la rodea… En estos días, como digo (y que siento aventurar serán prolongados en tiempo y forma) no es de extrañar encontrarnos con que las ventas de libros de autoayuda y superación personal se disparan, mientras que en más de una ocasión el más seguro de sí mismo se sorprenderá enganchado a la televisión por una peli que le aporte una dosis de energía, optimismo y buena vibración (aunque sea pagando el lamentable precio de interrupciones publicitarias absolutamente indignantes por su duración).

Porque es normal que necesitemos cargar nuestras pilas anímicas, levantar la cabeza, mirar hacia delante y dejar de quejarnos por todo y por todos. Porque estamos aquí justamente gracias y en parte,  a que quienes nos precedieron no se limitaron a eso y tuvieron que levantarse también en más de una ocasión, y posiblemente más adversa que la nuestra. Pero lo que resulta digno de privilegio es que te permitan ser testigo en persona de una experiencia con más fuerza emocional, más carga vital y más energía positiva que la mejor de estas películas o veinte libros de autoayuda, uno sobre otro.

Cuando ves a un hombre maduro (más cerca de los cuarenta que de los cincuenta años), que hasta hace poco rebosaba fuerza y vitalidad en su bar, como lo recuerdo desde hace bastante tiempo, pero al que la vida lo ha colocado en una encrucijada terriblemente dura, de donde sólo puede salir con un golpe de cara o cruz, además de otros mil factores como puedan ser un donante que llegue a tiempo, un equipo médico impecable, una maquinaria y medios técnicos sin precedentes, y un toque de la Divina Providencia… Entonces y sólo entonces, es cuando te das cuenta de que no hay que ir muy lejos para encontrar motivación.

Pero lo grande, lo realmente grande y extraordinario, es cuando estás en una plaza cargada de tantas personas, cada una con su historia, cada una con su camino (a veces corto y a veces tan prolongado que ya perdió el rumbo), y notas que tus ojos se humedecen, pero te alegras; y notas un nudo en la garganta mientras oyes la orquesta, que se mezcla con los continuos aplausos, y te sigues alegrando; y percibes esa corriente humana de sensibilidad, emoción, amor y fuerza; y sientes un agradable escalofrío que te eriza todos los vellos de tu cuerpo… y te vuelves a alegrar por estar viviendo ese instante.

Es sólo después de este pelotazo emocional cuando te das cuenta de lo ridícula, impresentable e indefendible que resulta la actitud tan derrotista y cada vez más cotidiana, respecto a otros problemas que ya puedan ser económicos, laborales, sociales o de otra índole similar, pero que resultarán igualmente insignificantes frente a una persona que ha superado un trasplante de sus dos pulmones, después de pasar prácticamente dos meses en situación de vida o muerte. Por eso tengo que dedicar hoy este artículo a este señor, a Francisco, a D. Francisco Pérez Bonichi. Para felicitarlo, para desearle lo mejor y para agradecerle que me haya permitido encontrar esta dosis de fibra, de garra, de fortaleza, de ánimo… y por encima de todo, de amor.

Y me gustaría que todo el que lea estas líneas haga suyo este ejemplo y lo recuerde, para recurrir a él cuando le ataquen los momentos bajos, esos que vienen sólo para agrandar los “tremendos problemas” que cualquiera pueda tener en su empresa, en su empleo, en sus relaciones… o en sus operaciones en bolsa. Y que decida entonces afrontarlos con la misma contundencia que Francisco ha sabido agarrarse a su vida. Porque gracias a un donante, a un equipo médico y a la fortuna, tiene dos nuevos pulmones. Pero la vida, con el permiso de Dios, esa la mantiene gracias a sus cojones.

viernes, 10 de junio de 2011

"Carpe Diem" pero cúrratelo, por favor...

Esta locución de origen latino que se puso de moda con aquel profesor que pretendía despertar la llama de la sapiencia y el sentido de la vida entre sus pupilos en la épica película "El club de los poetas muertos", me da la impresión que se confunde con bastante facilidad. Y me explico. Resulta que al parecer el "gozar del momento" va relacionado con "no hacer nada", con "vivir la vida"... sencillamente. Como si la vida estuviera para recibirla tan ricamente sin mover un dedo (¡y más con la que está cayendo!). Y es que, salvo que le des una vuelta de 180º al globo terráqueo y te conformes con un plato de arroz al día y, en caso de ser afortunado, un "black tea" por la mañana, mucho me temo que antes de "gozar plenamente del momento presente" deberías currártelo con esfuerzo, trabajo y constancia. Porque, sin que venga a colación ni relación con nada, pero tengo que confesar que estoy hasta las narices de este ambiente de pasividad, de falta de iniciativa, de sedación social y personal en el que estamos sumidos día tras día.

Creo que va siendo hora de hacer nuestra aquella frase de un famoso presidente de los Estados Unidos que figura en uno de sus billetes más emblemáticos y que llegó al máximo cargo de la Casa Blanca, con poco más que una formación autodidacta. La susodicha cita era: "Yo me prepararé, que mi oportunidad llegará". Pues bien, si hay algo que a partir de ahora deberíamos hacer todos por igual es prepararnos porque las oportunidades brillan por su ausencia, pero no tardarán en aparecer y entonces habrá que aprovecharlas, siempre y cuando se esté en condiciones y cualificación para ello.

Así pues, vale ya de abrir paso a la máxima de "aquí me las traigan todas" y ahora toca remangarse, doblar el espinazo, clavar los codos, pringarse hasta la coronilla o como se le quiera llamar. En resumidas cuentas, que se terminó la vida de "sopa boba" y más vale sumar puntos de cara a un futuro cada vez más exigente y escabroso, donde ya no bastará con un toque de picardía combinado con un puntito de enchufe... porque parece ser que este modelo está absolutamente rancio y exprimido.

Y por cierto, que una vez más este consejo no es ni mucho menos exclusivo del trading (aunque sí muy aplicable y recomendable) sino que puede ser extendido a cualquier campo y materia que se precie. Se trata, simple y llanamente, de mejorar, de aumentar el valor y la calidad de nosotros mismos en todo lo que hacemos, en lugar de sentarnos en una silla y preguntarnos "¿Por qué a mí?". Así que espabila y en lugar de quejarte, dedícate a preguntarte cómo puedes mejorar en tu vida, en tu trabajo, en tu trading... o en lo que te dé la gana. Pero mejora, por el amor de Dios... que es lo único que deberías hacer antes de dejar este puñetero mundo de forma digna y con la tranquilidad de haberlo entregado "una pizca mejor de lo que te lo dieron a ti". ¿No te parece?



martes, 17 de mayo de 2011

El dinero no te hará mejor ni peor


Quizás no sea la primera vez que use esta máxima en mi blog o en mis libros, y probablemente tampoco sea la última: “El dinero no hace ni mejor ni peor a las personas, sino que simplemente las descubre”.  Es decir, que nadie es mejor ni peor hombre o mujer por más o menos dinero que tenga, puesto que seguirá comportándose con la misma clase o la semejante ruindad que hasta entonces viniera mostrando, independientemente de que le haya tocado el Gordo de la Lotería, o haya dado un pelotazo en bolsa.

Y es por ello que me siento halagado, orgulloso y feliz, cuando tras uno de mis cursos o seminarios, me veo rodeado de personas que, atraídas por la bolsa (todo hay que decirlo) sintonizan también con ese otro mensaje de compartir, de divertirse, de expandirse como ser humano, sin que por ello se pierda rigor ni validez en el resto de conceptos y conocimientos que por supuesto constituyen el objetivo del encuentro.

Pero resulta curioso y a la vez gratificante, observar  cómo se va produciendo una exquisita ampliación renovada  en mi círculo de conocidos, que luego pasan al plano de mayor confianza y así me voy encontrando cada día con más propuestas para tomar un café o quedar para almorzar, que para charlar sobre el último sistema de trading que he diseñado (aunque también quede tiempo para ello).

Y me alegro de haber podido girar y dirigir mi mensaje hasta ese grupo de personas que estaban en los más recónditos rincones de la geografía española (e incluso más allá….) y que han conseguido cambiar mi vida. O ahora que lo pienso:  ¿no seré yo el que haya cambiado la suya?  Sea como fuere, me siento un privilegiado por ello y quiero compartirlo al máximo con todo el que piense que por delante del dinero, de la especulación y del trading, están las ilusiones, los proyectos, las frustraciones, las carcajadas, las anécdotas, las miradas… en definitiva: las personas.

A ver si nos enteramos de una vez, porque el día que nos toque firmar el finiquito de nuestra existencia terrenal, no podremos llevarnos ni un puñetero céntimo al otro barrio,  pero tampoco podrán arrebatarnos ni uno sólo de los buenos momentos compartidos en compañía de mejores  personas y por supuesto, con la ausencia del dinero.

A ver si nos enteramos… que ya va siendo hora…

domingo, 1 de mayo de 2011

¡Qué mala suerte tengo!

El ser humano es, por naturaleza y en términos generales, siempre inocente. Es decir, resulta mucho más fácil y común echar la culpa a los demás, al destino, a la mala suerte, al mercado… A todo, menos a uno mismo. Pues a ver si nos enteramos de una puñetera vez y hacemos un acto de sinceridad: somos los responsables directos y absolutos de todo cuanto nos ocurre. Sí: de todo.

Así que basta ya de lamentaciones, de complejo de mártir flagelado por un implacable destino opresor y vamos a asumir el timón de nuestro barco y admitamos que estamos donde estamos por nuestra propia responsabilidad… o la falta de ella.

¿Crisis? ¡Ja! ¿Y por qué siguen estando los centros comerciales de bote en bote? ¿Y por qué siguen los precios de todos los artículos de lujo por las alturas? ¿O es que Rolex ha hecho una campaña de “lleve 3 y pague 2” y yo no me he enterado? Crisis hay. Y seguirá habiendo. Pero mientras no admitamos que hemos llegado aquí por nuestra propia incompetencia, arrogancia, irresponsabilidad o una buena mezcla de todo ello, aderezada con un buen toque de avaricia desmedida, no seremos capaces de salir del pozo. Sólo hay una forma de solucionar esto: buscando soluciones. Y no sentándote a mirarte el ombligo, lamentándote mientras te preguntas: “¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. Simplemente debes invertir tu punto de vista y darte cuenta de que nadie está en contra de ti, de que nadie te ha echado un mal de ojo, sino que simplemente lo has hecho mal y esto te ha llevado a donde estás hoy y ahora. Punto.

Por eso, vale ya también de despotricar contra el mercado, de lanzar una y otra vez mensajes de que “alguien te está viendo” y de qué mala suerte tienes, porque cada vez que entras en una posición, aquello se gira en tu contra como perro rabioso que te ataca. Pues nada de esto es cierto. No eres el centro del universo y mucho menos del bursátil. Nadie está esperando tu “valioso contratito” o tu “paquetito de 100 acciones” para merendárselos a la primera de cambio. Eres tú y sólo tú el responsable de lo que ocurre. Basta con que hagas un ejercicio de proyección  y te mires desde fuera, para ser capaz de identificar tus errores. Claro, que para eso antes tienes que admitir que te has comportado como un perfecto inepto hasta el momento… y esto quizás ya no sea tan fácil. Pero no es cuestión de mala suerte. Eso seguro que no.

sábado, 16 de abril de 2011

Sobre la distorsión

El término "distorsión de la realidad" es comúnmente conocido y popularmente utilizado como muletilla en determinadas ocasiones para salir del paso ante situaciones habituales, pero igualmente indefendibles, como podremos comprobar con un mínimo esfuerzo que hagamos. Así, no será difícil encontrarnos con energúmenos (no sé por qué pero raramente son "energúmenas") que habiendo ingerido más alcohol de lo previsto (siempre bajo su propia volundad, por cierto) se encuentran en un punto de exaltación de la autoesitma y la capacidad propia difícilmente cuestionables.

Pues ocurre, curiosamente, que este nivel de dominio de la situación y del típico "yo controlo..." cuando en realidad no es capaz de dar ni con la palanca de cambio (y detalles por el estilo) es totalmente comparable al individuo que mantiene una posición larga en contra de una caída libre de la cotización, o del que sigue "vendido" observando con cara de póker como el precio sube y sube sin descanso.

¿Por qué el ser humano es tan rematadamente imbécil y obcecadamente obtuso para no ser capaz de admitir que se ha equivocado? ¿Es tan complicado decir "la cagué"?

En bolsa, a diferencia de otras facetas de la vida, esto se reduce a un sólo click de ratón donde podemos pasar de decir "donde dije digo... digo Diego..." y nadie nos tachará de hipócritas. Pero mucho me temo que la cuestión no está en la sencillez de enmendar un error sino en la dignidad de reconocerlo. Y mientras no seamos capaces de encajar esta lección veo bastante difícil que una posición perdedora pueda ser cortada de raíz, de la misma forma que veo altamente complicado que alguien diga "lo siento" minutos después de saber que ha metido la pata hasta la cintura.

Por eso, sería bastante recomendable que dedicásemos de vez en cuando un buen rato para estar "a solas con nosotros mismos", haciendo un sincero y estricto autoanálisis y admitiendo hasta qué punto estamos siendo víctimas de nuestra propia distorsión de la realidad y del grave daño que ello nos ocasiona, tanto en nuestro bolsillo, como en nuestra cabeza.

Y mientras no lo hagamos... mal viento nos corre...

viernes, 1 de abril de 2011

Una visita al museo

No recuerdo ya cuando fue la primera vez que visité un museo (sea cual sea la índole de los objetos que expusiera) ni tampoco tengo claro el texto al que suelo hacer últimamente repetidas referencias en mis sesiones de trading en directo y que es el protagonista de este artículo. Pero de lo que no me cabe duda es que puede ser alto el porcentaje de mis lectores(as) que ya esté haciendo cábalas para encontrar algún tipo de concordancia entre una plácida estancia en alguna sala de esta naturaleza y la dinámica que conlleva operar en los mercados financieros.

Pues resulta, que a raiz de la situación actual en la que están situados los índices más representativos de las bolsas mundiales, está empezando a ser "mosqueante" que no se produzca ya una corrección cuando en realidad el panorama general es cada vez menos alentador desde cualquier punto de vista y análisis que se realice. Entonces, ¿por qué ha subido la bolsa? ¿Y por qué no baja ya? ¿A qué están esperando las bolsas para corregir? Todo ello desemboca en una situación de "subida forzada" y de movimientos bastante laterales e indecisos en el intradía, hasta que una noticia o una publicación de algún dato macroeconómico provoca un brusco salto en la cotización, sin dar oportunidad para participar y volviendo nuevamente a ese estado de semiletargo, hasta un nuevo zarandeo.
Es entonces, cuando viene a mi mente mi querida expresión, para todos los que siguen mis indicaciones; y es cuando afirmo: "Esto es como en los museos: Ver pero no tocar". Porque si hay algo que debemos desarrollar para alcanzar destreza en los mercados bursátiles es la capacidad de descartar oportunidades y no entrar a todo trapo, esté como esté la situación, porque simplemente no podemos permitirnos cerrar un balance diario sin haber hecho al menos una operación. Pues siento decir (y afirmar con rotundidad) que hay muchas ocasiones en las que "lo mejor que se hace es no hacer nada". 

Y recuerda que, como alguien dijo alguna vez (y como cito en alguna parte de mi obra): “Es mejor esta fuera queriendo entrar, que dentro queriendo salir”. Así que cuando nos veamos en una situación en la que no hay forma de meterle mano a la operativa, ni de encontrar una tímida pauta de entrada para abrir una posición, lo mejor que hacemos es recuperar aquella imagen, ya borrosa en la retina, de un jovenzuelo mirando con asombro una valiosa reliquia con cientos de años de historia y secretos, custodiada por un celoso rótulo que rezaba: “Ver pero no tocar”.